Toda clase de pieles
Hace muchos años había un castillo, en un lugar pequeño, donde vivía un rey que estaba casado con una mujer bellísima. La reina era la mujer más hermosa del mundo. Tenía unos largos cabellos dorados, era joven, era divertida… El rey estaba muy enamorado de su esposa y su esposa de él.
Tras unos felices años de matrimonio deciden tener un bebé, un bebé que va a ser el más querido del mundo, no le va a faltar de nada, va a tener siempre todo lo que quiera y más. Pero entonces, cuando la reina está dando a luz a su hija, el médico le dice al rey que su mujer está perdiendo mucha sangre y no va a sobrevivir, que tiene poco tiempo para despedirse de ella. El rey enloquecido de dolor va a ver a su mujer. La reina le dice que le quiere pedir una cosa antes de morir. Y le dice que él es joven y que ella sabe que se tiene que casarse con alguien pero la única condición que ella pone es que aunque se case, que jamás se olvide de que bebé tenga absolutamente todo lo que le pida. El rey le dice que si, que se lo promete y la reina al final muere.
El rey pasa un tiempo de luto sin hacer tan siquiera caso a su hija, aunque eso sí, ha dejado bien claro a sus servidores, que la niña tenga todo lo que necesite, se alimente bien y sea feliz hasta que se recupere de la pérdida de su esposa. A medida que pasan los días el rey va empezando a salir, empieza a jugar con su hija, a alimentarla, arroparla…
Después de unos cuantos años el rey se ha repuesto de su dolor por la pérdida de su esposa y se ha centrado en su hija y en su promesa.
Un día la princesita estaba jugando en los jardines y el rey, que estaba pensativo, se fijo en ella y pensó que su hija ya era toda una mujer y que hasta el momento no le había faltado de nada. El rey decidió preguntarla si necesitaba algo más de todas las riquezas y abundancia que ya tenía, y la princesa que ya poseía de todo, quiso poner a prueba el amor de su padre hacía ella, y encargarle unos regalos imposibles para comprobar si era cierto que la quería tanto. Entonces le contestó:
-Quiero un vestido tan dorado como el sol, otro vestido tan plateado como la luna y otro vestido tan brillante como las estrellas-. El rey la miró y la dijo.-Sí ese es tu deseo, que así sea-.
Ella pensó que jamás lo conseguiría pero el rey movilizó a toda la gente que tenía a su servicio, mando llamar a sus consejeros y les contó que tenían que buscar el oro más puro y convertirlo en hilo para poder hacer el vestido tan dorado como el sol, que buscara la plata más pura para hacer el vestido tan plateado como las estrellas, y que buscara los diamantes más exquisitos para hacer con ellos el hilo tan brillante como las estrellas. Al cabo de un año, más o menos, el rey tenía los tres vestidos y llamó a su hija para dárselos. Al ver los tres vestidos, empezó a confiar en su padre y a ver que de verdad le quería, pero para estar totalmente segura le encargó un abrigo que estuviese hecho con todas las clases de pieles de animales que hubiera en el mundo. Ella pensaba que al rey no le iba a gustar la idea, pero como la quería tanto que al final si que lo haría. El rey pensó durante unos segundos y le dijo:
-¿Eso es lo que quieres? Pues muy bien, tendrás tu abrigo de toda clase de pieles-.
La princesa se alegró un montón y se puso a cantar de la alegría. El rey llamó otra vez a los consejeros y les mando a todos los continentes a cazar todo tipo de animales y ha hacer un abrigo de toda clase de pieles.
Tras mucho tiempo de esfuerzo por conseguir el capricho de su hija, el padre descubrió que era imposible. Había faltado su promesa, jamás volvería a jugar con su hija, ni si quiera a volvería a verla pues había fracasado. Decidió contárselo, para que supiese que clase de padre tenía, y tras la confesión su hija desesperada y decepcionada, escapó del castillo cogiendo simplemente los 3 vestidos que mandó hacer su padre, el anillo de bodas de su madre, y un abrigo muy viejo y desgastado para que no la reconociera nadie.
Pasaba el tiempo, y la princesa buscaba un refugio para vivir. Un día escuchó ruidos de caballos y cuernos de caza y pensaba que eran los consejeros de su padre que habían ido a buscarla. Ella se escondió dentro de un árbol. Los perros que iban con los caballeros se pudieron a ladrar al árbol y el caballero se acercó para mirar que pasaba. El caballero vio que algo brillaba dentro del árbol y le entró curiosidad por saber que era. Entonces de repente escuchó una voz que le decía que no le hiciera daño que era una animalito y el caballero muy intrigado la cogió y al verla bien, se dio cuenta que era una muchacha con la cara tiznada de barro. La llevaron al palacio y fue destinada a trabajar en la cocina puesto que nunca quiso revelar su auténtica identidad, ante el supuesto “desprecio” de su padre hacia ella.
La princesa solo pensaba comer y pasar la noche allí y la día siguiente irse pero el cocinero la propone quedarse allí y ayudarle en la cocina. Ella se lo piensa y decide que sí, puesto que así ya no tendría que huir más y allí nadie la reconocería. Ella se queda ayudando al cocinero en las cocinas y tiene que aprende a cocinar, a limpiar… Siempre iba con la cara tiznada de barro para no parecer de la realeza.
Pasan los meses y el príncipe heredero, que fue uno de los que la encontró en el bosque, se tiene que casar. Para ello las reinas hacen un baile para que el príncipe conozca a todas las princesas de los reinos y pueda elegir con quien se casa. Llega el día del baile y toda clase de pieles, que así era como llamaba el cocinero a la princesa, pues la princesa le había contado que deseaba ese abrigo más que a nada, había estado toda la mañana preparando los manjares para los invitados y está agotada. Pero cuando se acerca el momento del baile piensa que ella antes era una princesa y que eso era su forma de vida. Lo que a ella le encantaría es bailar con el príncipe.
Ella le preguntó al cocinero si podía ir a ver el baile, porque quería ver a las princesas y los vestidos que llevaban. El cocinero deja que vaya pero con la condición de que vuelva a las cocinas antes de que acabe el baile para recoger todo lo de la fiesta. Toda clase de pieles le dice que si y se va corriendo a su habitación. Se limpió la cara, se cepillo muy bien su maravilloso cabello rubio, se puso el vestido tan brillante como las estrellas y se bajó al baile. Estaba resplandeciente con ese vestido y cuando entró en el baile todo el mundo la miraba.
El príncipe la miró y le pareció una muchacha muy bella. Se acercó para bailar con ella y estuvieron toda la noche bailando y hablando. Cuando está terminando el baile toda clase de pieles dice que se tiene que ir y se va corriendo y el príncipe la intenta seguir pero al final la pierde. Ella se va a su cuarto, se recoge su cabello rubio, se tinta la cara y las manos y como no tenía tiempo para quitarse el vestido, coge rápidamente el abrigo mugriento y se lo echa por encima para taparse, entonces se bajó corriendo a las cocinas.
El cocinero la regaña porque la dijo que volviese pronto y tienen que recoger lo del baile, hacer la sopa al príncipe para que se pueda dormir… El cocinero como castigo le dice que le haga la sopa al príncipe. Ella hace la sopa, la hecha en un bol y coge el valioso anillo de su madre para echarlo dentro del bol. El cocinero además de hacer la sopa la dice que se la suba a la habitación del príncipe. Ella llama a la puerta y dice:
- ¡Majestad!
Y él le responde:
- Pase, pase.
Ella le deja la sopa, se despide y se intenta ir, pero el príncipe, que era muy listo, pensó que ninguna muchacha nunca le había subido la sopa, así que la dijo:
-Espere aquí un momentito que termino la sopa y así se la puede llevar-. Ella estaba muy nerviosa y más porque el príncipe no la dejaba de mirar. Entonces mientras se tomaba la sopa noto algo raro en su interior.
- ¿Qué hay aquí? Pero si es un anillo-, toda clase de pieles se empieza a poner roja, - ¿tu no sabrás de quién puede ser este anillo verdad?-. El príncipe se acerca a ella la desabrocha el horrible abrigo que llevaba puesto y ve que debajo del éste estaba el vestido tan brillante como las estrellas. Entonces cogió el anillo, se lo puso en el dedo y le dijo:
- Eres la mujer más hermosa del mundo, cásate conmigo y me harás el hombre más feliz-. Toda clase de pieles también es lo que deseaba, pues le amaba pero no quería desilusionarse como con su padre, así que le puso una condición, que le consiguiese el abrigo de toda clase de pieles. Entonces el príncipe la contestó:
-No necesitas que te regale nada para que te muestre mi amor, pues día a día vas a ver lo que te quiero y lo locamente enamorado que estoy de ti-. La princesa en lagrimada, se dio cuenta de que el príncipe tenía razón, y que no necesitaba ese abrigo para saber que la amaban. Así que, le dijo que sí al príncipe y se fue directa al castillo de su padre para decirle que no necesitaba ningún abrigo para saber que la quería. Su padre se puso muy feliz y contento de que su hija tuviera al fin todo lo que realmente necesitaba y les concedió la mejor boda de la historia.
Muy bien. Deberías usar siempre el pasado a la hora de relatar historias folclóricas.
ResponderEliminarLa princesa es un pelín boba ¿no?